A las nuevas generaciones de nuestro tiempo se caracterizan (entre otras cosas) por el ego y el individualismo. Como la llama el escritor Mario Vargas Llosa, vivimos en la “Civilización del espectáculo”. Nos gusta exhibir ante los demás cuan grandiosas son nuestras vidas y sobre todo cuan fascinantes y atractivas somos como personas. Vendemos una imagen ideal de nosotros mismos, proyectando cuan atractivos, felices y divertimos somos para caer en el gusto y en la admiración de los demás. En esencia le rendimos un culto a la personalidad a través de redes sociales.
El ego que se transpira entre los
sujetos que vivimos hoy en día, donde todo gira a nuestro alrededor y a la
grandeza de nuestra personalidad, van recíprocamente de la mano con el valor
del individualismo. No sé si este es derivado del ego o el ego producto del
carácter tan individualista y tan poco solidario que tenemos hacia los demás.
Sea como sea, es un hecho que nos gusta seguir nuestro camino y las causas de
los demás nos son cada vez más indiferentes. El sentido de comunidad pierde terreno
ante la búsqueda del culto rendido a los valores del individuo como sujeto
libre y con derecho de tener su propia forma de pensar, actuar y elegir sin
importar la opinión de los demás.
Los seres humanos nos preocupamos
cada vez más por nuestras propias causas y menos por la de los demás. En
resumen somos egoístas. Nos gusta vender la idea de que nuestra vida es genial,
tanto o más que la de los demás. Nosotros somos los protagonistas de la
película de nuestras vidas y los demás simples extras.
Estos antivalores con los que
nuestra sociedad se desenvuelve en la cotidianidad, generan diferentes tipos de
relaciones entre los sujetos. Cada vez es más difícil hacer amistades sinceras
y duraderas. Una maestra del bachillerato me dijo que solo podía contar con los
dedos de una sola mano a mis verdaderos amigos. Lamentablemente, la realidad de
nuestro contexto le da la razón.
Aristóteles, curiosamente el
fundador de la lógica occidental, pensaba que la amistad se daba cuando
personas benévolas que le desean el bien del amigo, por el amigo mismo. Cuando
esta benevolencia es correspondida, entonces había una amistad. Existen muchas
personas que en medio de rituales sociales (despedidas, año nuevo, cumpleaños)
nos desean lo mejor para nuestras vidas. Lamentablemente, tal deseo obedece más
a buenos modales y formalismos sociales que a un ferviente deseo que a la
persona le vaya bien.
El ideal de amistad que Aristóteles
propone es aquel en el que los logros del amigo generen una genuina alegría en
nosotros por motivo de su éxito y no por haber obtenido un beneficio. Tal
requisito parece que se esfuma con el pasar del tiempo en nuestra civilización.
Existe una competencia, incluso entre los amigos, por demostrar quien tiene más
éxito, ropa, belleza, estilo de vida etc.
Le deseamos gloria a nuestros amigos, pero tampoco como para que opaque la
nuestra.
Por otro lado, Aristóteles decía que
a los que son amigos por interés, el cariño obedece al propio bien de ellos, y
a los que son por el placer a su propio gusto, y no por la forma de ser del
amigo, sino porque le es útil o agradable. Este principio es el que más parece predominar
en nuestra sociedad actual. Las amigos permanecen juntos siempre y cuando
existan causas o proyectos en común; o simpatía entre ambos. Los requisitos
para valorar una amistad se basan en que tan útil o agradable resulte el amigo.
En este caso, cuando ya no se son
agradables o útiles, los amigos dejan de quererse. Es por eso que hoy en día es
muy difícil encontrar amistades que perduren para toda una vida. El afecto esta
mediado por la delgada línea de la utilidad y la simpatía; una línea que puede
romperse con el paso del tiempo o con cualquier sacudida.
La amistad perfecta es la de los
hombres buenos y semejantes en virtud; porque estos desean el bien el uno del
otro por ser ellos buenos, y son buenos en sí mismos. Los buenos son buenos en
lo absoluto y bueno para el amigo. Los buenos son útiles y agradables no solo
en lo absoluto, sino para el amigo.
Debemos rodearnos de amigos que quieran lo mejor para
nosotros en todo momento. Que sean tan buenos como para que quieran estar con
nosotros no solo cuando les seamos útiles y tan tolerantes como para seguir a
nuestro lado aun en los momentos que podamos ser desagradables. La verdadera
amistad debe ser tolerante y no poner demasiadas condiciones.
La amistad es la atracción espontánea y el afecto sincero. El
interés y el placer no deben ser valores condicionantes de una amistad; la
tolerancia y la solidaridad sí. Como dice Aristóteles, un amigo es un alma en
dos cuerpos y un corazón en dos almas.
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