Los seres
humanos buscamos de manera instintiva el placer, el goce y la comodidad. El uso
del tiempo libre es siempre a favor del ocio y el entretenimiento. Todo aquello
que nos causa entretenimiento, lo reproducimos en nuestras vidas hasta el
momento en que deja de cumplir esa función. Nunca antes en la historia de la
humanidad, habían existido tan diversas formas de entretenimiento. “Una
infatigable tendencia compulsiva a la diversión cubre con su manto todos los
lugares de la socialización mediática” (Abruzzese y Miconi, 2002).
Los medios de
comunicación y las industrias culturales parecen haber determinado que su
función en la vida es la lucha contra el aburrimiento. La sociedad moderna le
rinde culto exacerbado al entretenimiento. La cultura hedonista que rige nuestra época, nos incita a la obtención del
placer como objetivo o finalidad de la vida. Los propósitos y las metas a
perseguir en nuestra vida son segundo término después de la constante búsqueda
del placer. Mientras el placer este siempre presente, lo demás, es lo de menos.
Incluso nuestras metas y responsabilidades las trazamos en base los principios hedonista, puesto que esperamos placer a
cambio del cumplimiento de estas; aunque eso sea parte de la naturaleza del
hombre.
El entretenimiento sirve para llenar el vacío de sujeto en
nuestras sociedades. Nos propone seducción, conformidad, afectos. Su lógica es
asumir la vida en sí misma como un mecanismo de entretenimiento. No debe
existir espacio para el aburrimiento que genera la cotidianidad de nuestras
vidas, y el aburrimiento debe cubrir ese tiempo de nuestras vidas.
Como lo mencione al principio del texto, la herramienta
fundadora de esta lógica son los medios de comunicación. Las culturas mediáticas nos proponen vivir la vida como una
película, en la cual cada uno puede ser la estrella porque supuestamente el
entretenimiento es el propósito de la vida, la felicidad del sujeto (Rincón,
2006). Para esto debemos vivir
intensamente emocionados, sintiéndonos dueños de nuestras formas de
entretenimiento, viviendo activamente en las culturas mediáticas con la
sensación de convertirnos en cualquier momento en celebridades.
Las culturas mediáticas
operan bajo el orden
de la espectacularización de la vida y de la realidad. De esta manera Las estéticas mediáticas los mundos de
la vida desde la lógica del entretenimiento al proponer goces, afectos,
historias para encantar el tedio de una sociedad llena de racionalidades
productivas (Rincón, 2006)
El glamour, la imagen, las buenas formas y todo aquello que
pueda impresionar nuestros sentidos y marcar una tendencia, son bienvenidos. El
reclutamiento de los productos y las formas de contenido mediático se basa en
todo aquello que pueda caber en el gusto del grueso de la audiencia; del hombre
masa.
Las estéticas
mediáticas basan su
éxito en la apuesta al gusto común y generalizado. Un contenido de fácil
comprensión que pueda distraer y encantar a una gran parte de la audiencia. La
audiencia exige un contenido que carezca de información compleja, ya que en ese
momento, su finalidad es entretenerse y pasar un rato ameno que los distraiga
de los problemas de la vida diaria y la el esfuerzo físico o intelectual que
realizan en sus trabajos y obligaciones.
El entretenimiento es, entonces, la celebración de la
ligereza, del lenguaje envolvente destinado a manifestar su superficie lúdica,
mundana, estética y fetichista (Abruzzese y Miconi, 2002). La lógica del
entretenimiento es posible de comprender por oposición al arte y a lo culto
(Gabler, 2000)
Esta nueva civilización mediática-basada en la lógica del
entretenimiento- está creando un nuevo sujeto de características frívolas que
solo busca comodidad, placer y entretenimiento sin requerir mucho esfuerzo. “La comunicación mediática está
inventando su propio mundo de la vida- entretenido y efímero- y su propio
sujeto cultural- individualista y exhibicionista (Gabler, 2000).
Este imperio del entretenimiento, mirado críticamente, ha
producido un individuo bien extraño: “superficial, excitable y al mismo tiempo
amorfo; indiferente al valor de la memoria humanista. Es incluso un nuevo tipo antropológico. Ignorante, poco reflexivo e
inculto. Arrastrado por los remolinos del entretenimiento y por eso mismo
distraído de la urgencia de los problemas sociales. Pasivo pero también
frívolo, obtuso, atraído por los asuntos mundanos, por la apariencia, por el
esplendor fácil del flujo catódico. Es el homo
ludens (Abruezze y Miconi, 2002).
El homo ludens es
el ser de nuestro tiempo. Ese creado por las culturas mediáticas. Su nuevo sujeto cultural, pero de igual forma
y repercusión, el nuevo ciudadano del siglo XXI y el nuevo ejemplar de nuestra
especie en la era capitalista. Un sujeto que cuya sensibilidad y raciocinio
solo le alcanzan para aprecia la cultura light.
Se siente atraído únicamente por aquello que le genera placer y facilidad
de comprensión. Deja de lado lo abstracto por lo concreto y solo reacciona la
novedad y el estímulo. Encuentra en el placer y el entretenimiento, el
propósito fundamental de su existencia.
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