La paradoja
la historia de la humanidad en nuestro tiempo, es que a pesar del poco interés
que existe en las nuevas generaciones por conocerla y entenderla, avanza más
rápido. Contrario a lo que dicen algunos, no existe un culto a la historia sino
un rechazo a que el presente sea historia. Apenas hace diez años, la novedad
era poder comunicarme virtualmente con mis amigos gracias a las bondades del
internet a través del programa Messenger. Sin duda era una ganancia histórica
de las tecnologías de la información; logro que hoy ya es obsoleto.
Hace diez años era impensable que un
compañero de primaria usara celular. Este dispositivo era reservado para los
adultos y personas importantes que necesitaban atender llamadas constantemente,
por lo que era hasta ridículo que un niño de 12 años contara con el suyo
propio. En la actualidad, las nuevas generaciones de niños cuentan con celular
con acceso a internet, programas de redes y dispositivos multimedia que les
permiten estar conectados en la red a cualquier hora.
Si la historia avanza más rápido, y
las tecnologías de información se superan en tiempo record, es gracias al culto
a lo fugaz y a la innovación que se ha gestado como paradigma de nuestro
tiempo. Una nación crece en la economía mundial en gran medida por la capacidad
de innovación que posee. El que no innova se rezaga en la historia y pierde
competitividad en un mundo globalizado. El individuo que no está actualizado
con lo nuevo en dispositivos tecnológicos, se le acusa de ignorante, retrograda
y aburrido. Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres, y los
tiempos de hoy nos obligan a innovar y avanzar rápido.
El presente se diluye por su
interacción tan próxima con el futuro. La fecha de caducidad en los productos
ocupa un breve lapso de tiempo y en ocasiones se ve sorprendida por un asalto
tecnológico que acelera su vencimiento. Ahora el mercado y los consumidores le
rinden culto a la innovación fugaz y denigran el tiempo de vida de los objetos.
La expansión y privatización móvil
La intensificación tecno mediática
condiciona la actual fase del capitalismo y las formas de comunicación, consumo
y convivencia de los tiempos actuales. La lógica expansiva del mercado se basa
en la comercialización de productos que almacenen una gran cantidad de
información, con mayor velocidad y en diminutas presentaciones. Su
supervivencia en el mercado radica en la facilidad y utilidad que pueda brindar
su capacidad a los usuarios y agentes económicos en la administración de
información y eficiencia en la comunicación.
La digitalización favorece la
convergencia de redes y plataformas en un único lenguaje, estableciendo una
base para la hibridación de la infraestructura de transmisión de datos,
imágenes y sonidos. Vivimos en un mundo donde la transmisión inalámbrica viaja
a la velocidad de la luz y no conoce obstáculos. Ahora los teléfonos celulares
son capaces de conectarse a internet en espacios públicos y privados. Una
simple antena en el techo de nuestras casas puede conectarnos satelitalmente
con los sistemas de transmisión televisiva de otros países.
Vivimos en lo que una nueva fase de
comunicación que Raymond Williams predijo hace treinta años: la Privatización
móvil: el hogar, el lugar de trabajo, el esparcimiento, y el transporte se
vuelven dependientes de una gama de servicios tecnológicos que imponen una
conexión incesante. La transmisión inalámbrica a la velocidad de la luz,
desconoce obstáculos. Las redes llegaron para apropiarse de casi cualquier
lugar.
El placer efímero de los nuevos consumidores
En la frenética actualidad, las
relaciones humanas tienden a virtualizarse o telerrealizarse en el escenario de
la mediatización, caracterizado por mediaciones e interacciones basadas en
dispositivos teleinformacionales (Sodré en Morales, 2005). La sociabilidad y las formas de convivencia
están mediatizadas por los nuevos dispositivos de las tecnologías de la
información y comunicación. Whatsapp
ha desplazado los mensajes de textos y las llamadas entre celulares. Facebook y Skype conectan a las personas, volviendo innecesaria una relación
cara a cara. La tendencia de las relaciones es a través de la mediatización y
no la convivencia física.
El parámetro con que se mide el valor
de la experiencia tiende a ser su capacidad para producir entusiasmo, no la
profundidad de sus impresiones. Como oferta cultural seductora, la experiencia
debe adecuarse al máximo impacto y a la inmediata obsolencia, despejando el
terreno rápidamente para nuevas y apasionantes aventuras (Bauman en Morales,
2005).
La experiencia se mide por su
impacto y no por el legado histórico que pueda heredar. Los nuevos consumidores
necesitan productos que les brinden estímulo y diversión inmediata que logre
impresionar sus sentidos. Pero es el mismo culto a la fugacidad lo que le resta
satisfacción al efecto de los objetos con el paso del tiempo. El uso y el paso
del tiempo son asociados con lo aburrido y anacrónico. El tiempo le resta
aprecio a las cosas.
El placer debe tener una breve
duración y los objetos de fácil sustitución. La discontinuidad hace que
resurjan las maneras alcanzarlo. Los consumidores caen en un círculo vicioso;
su placer es satisfecho inmediatamente, pero al volverse efímero, buscan
rápidamente una nueva fuente proveedora. El presente es presentado como el
pasado, utilizando el placer efímero para disciplinar la cándida conciencia del
consumidor.
El ciclo de vida de los productos
tiende a hacer tan corto, gracias a que se ha generado un mercado consumidor
saturado y cansado de una oferta disponible incesante. La manera de aproximarse
al consumidor también se ha vuelto más efímera. Los spots deben durar menos y
captar la atención del consumidor inmediatamente.
Ante la profusión teleinformacional,
buscar la estabilidad es algo anacrónico y arriesgado, porque el lema vigente
es lubricar la fuerza innovadora con reposiciones constantes (Morales,
2005:31). El sistema capitalista promueve la innovación como instrumento de
movilización de actores económicos y emprendedores que reproduzcan el sistema
en escala expansiva.
Los bienes disponibles en el mercado
operan en función de percibirse como limitados, de tal manera que sea necesaria
una pronta sustitución que solo una constante innovación puede aliviar.
El sistema capitalista se ha
expandido, teniendo como base de apoyo las nuevas tecnologías de la Información
y Comunicación que mediatizan a las sociedades modernas. Una mediatización que
enajena a los consumidores en una constante búsqueda por el placer efímero e
inmediato, con lo cual la sustitución de bienes se convierta en un hábito
constante que estimulen la innovación y el consumo.
La sociedad ahora se codea entre el
desarrollo de las tecnologías y fuerzas productivas y una humanidad automatizada
y sobre estimulada, a la cual el consumo le sirve con fuente de satisfacción;
aunque esa satisfacción sea poco duradera.
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