El consumo
de drogas psicoactivas (las que influyen sobre funciones mentales: como el
estado de ánimo, la percepción, la cognición y el comportamiento) es un
fenómeno de escala mundial que afecta e influye en la dinámica económica y
geopolítica mundial. El jugoso negocio que representa su tráfico, la violencia,
más los problemas de salud que este genera, obliga a los Estados a establecer
políticas para contrarrestar estas consecuencias.
Cada matiz problemático que arroja este
fenómeno, responde cargado de debates sobre diferentes alternativas que pueden
limitar los alcances dañinos que están en juego. Aun cuando existen diferentes
posturas para frenar este fenómeno de escala mundial, que pasa por el cultivo,
el tráfico hasta el consumo, el tráfico de drogas persiste como un ente
protagónico en la vida política, económica y social de nuestro tiempo.
Para tener una idea general pero
clara de lo que representan las drogas en nuestro mundo, es analizar las
diferentes características que rodean este negocio. El primero es sobre el
problema que representa el uso de ellas. Realmente no es un problema serio, ya
que la mayoría de las personas que consumen alguna sustancia ilícita lo hace de
manera razonablemente controlada. La mayoría de los consumidores de drogas,
contrario a lo que se piensa, son ocasionales y lo hacen sin hacerse daño ni a
sí mismos ni a otras personas. Existen en un porcentaje menor, aquellos
usuarios que abusan de su consumo o los que consumen altas cantidades durante
muchos años.
Mercados discretos y mercados
flagrantes
Las drogas, a través de
intermediarios y minoristas, siempre encuentran la manera de llegar a los
consumidores. Las diferentes maneras de hacerlo sirven como indicador para
ilustrar en qué medida existe un caos social. El primer caso de distribución
local y acceso a los estupefacientes es el denominado mercado discreto; ósea aquel en que la droga se vende en lugares
privados y exclusivos, muy confidenciales al público o a la policía. Ni el vendedor
ni el comprador tienen muchos incentivos ni necesidad de portar un arma.
Lo mismo puede decirse del modelo de
tráfico de drogas conocido como “entrega de pizza”, donde un comprador llama o
envía un correo al vendedor y la mercancía se le entrega en la puerta de su
casa. Este método es de uso extendido en ciudades como Nueva York, donde la
policía persigue incesantemente el tráfico abierto.
Muchas drogas, en cambio se venden
en el comercio callejero, donde los traficantes están a la vista de todos, dispuestos
a venderles a cualquiera, en lugares precisos y conocidos de ventas de drogas,
como las “narco casas”. Los traficantes del comercio callejero y de las “narco
casas” son blancos potenciales de robo y necesitan andar bien armados. Los
clientes de esos mercados “flagrantes” son también un blanco para el robo, y a
menudo son adictos, probables perpetradores de robos o asaltos para pagar su
adicción.
Los mercados flagrantes solo
aparecen donde hay una densidad suficiente de clientes y donde el orden social
se ha roto. Los mercados flagrantes solo aparecen donde hay una densidad
suficiente de clientes y donde el orden social se ha roto. Los mercados
flagrantes son devastadores para la comunidad circundante. Los mercados
discretos no son un problema para la comunidad. Los flagrantes, sí.
Crimen y consumo
La compleja relación entre el
tráfico y la violencia es debatida por académicos y políticos al momento de
establecer políticas públicas. La meta siempre es reducir los problemas de
salud y de violencia que arroja la producción y el consumo de estupefacientes. Más
bien diría que la delincuencia es producida por ambos factores- las drogas y
las políticas para combatirlas-. La relación entre estupefacientes y
delincuencia tiende a seguir tres caminos: 1. El consumo de drogas induce
conductas irracionales; 2. Delinquen quienes necesitan dinero para comprar las
sustancias; 3. El negocio de la producción y el tráfico de estupefacientes
genera violencia.
Quienes sostienen que las drogas
producen delincuencia aducen la alta proporción de arrestados que dan positivo
en el consumo de sustancia ilícitas: dentro de Estados Unidos la cifra va del
49% en Washington, D.C., al 87% en Chicago. Son estadísticas impresionantes
pero no demuestran por si mismas que las drogas generan violencia.
El consumo de drogas es más común y
menos apocalíptico de lo que parece, sobre todo en los Estados Unidos. Millones
de ciudadanos que viven lícitamente respetando la ley y se desenvolviéndose con
normalidad en la sociedad, consumen ocasionalmente algún tipo de droga. Aun así, comparado con los no fumadores, los
que fuman delinquen más. Pero en realidad es solo un pequeño grupo de usuarios
de alto consumo es responsable de una parte desproporcionada de la actividad
delincuencial que atribuye a los usuarios de drogas en general.
El abuso de sustancias (fumar, beber
en exceso y abusar de sustancias ilícitas) expresa un bajo nivel de autocontrol.
Una persona que usa indebidamente estas sustancias esta también más
predispuesta a participar en delitos. Buena parte de los delitos relacionados
con el consumo de droga se debe a que los toxicómanos no poseen un ingreso
lícito suficiente para mantener su adicción; sobre todo los adictos a la
heroína y la cocaína por su alto costo.
En esta misma línea es difícil
prever si la legalización de las drogas ayudaría a disminuir la delincuencia o
por el contrario la agudizara. Por un lado, con la legalización las drogas
bajarían de precio y los consumidores adictos no incurrirían en delitos para
mantener su vicio y el millonario negocio del narcotráfico dejaría de ser
redituable y poco a poco su razón de ser dejaría de existir.
Por otro lado, las consecuencias de la legalización pudieran
ser poco negociables si se considera el enorme problema de salud que esto
representara. El consumo aumentaría, probablemente de manera desmesurada. Los
adolescentes y jóvenes fueran el sector de la población más susceptible a caer
en adicciones. Muchos consumidores adictos serían incapaces de mantener un
empleo lícito y podrían recurrir a los delitos. En suma cabria que esperar que
con la legalización los problemas se orientaran más a temas de salud que de
violencia; pero aun así ambas situaciones son difíciles de prever.
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