sábado, 1 de noviembre de 2014

Drogas, mafias, mercados

         


           El consumo de drogas psicoactivas (las que influyen sobre funciones mentales: como el estado de ánimo, la percepción, la cognición y el comportamiento) es un fenómeno de escala mundial que afecta e influye en la dinámica económica y geopolítica mundial. El jugoso negocio que representa su tráfico, la violencia, más los problemas de salud que este genera, obliga a los Estados a establecer políticas para contrarrestar estas consecuencias.
            Cada matiz problemático que arroja este fenómeno, responde cargado de debates sobre diferentes alternativas que pueden limitar los alcances dañinos que están en juego. Aun cuando existen diferentes posturas para frenar este fenómeno de escala mundial, que pasa por el cultivo, el tráfico hasta el consumo, el tráfico de drogas persiste como un ente protagónico en la vida política, económica y social de nuestro tiempo.
            Para tener una idea general pero clara de lo que representan las drogas en nuestro mundo, es analizar las diferentes características que rodean este negocio. El primero es sobre el problema que representa el uso de ellas. Realmente no es un problema serio, ya que la mayoría de las personas que consumen alguna sustancia ilícita lo hace de manera razonablemente controlada. La mayoría de los consumidores de drogas, contrario a lo que se piensa, son ocasionales y lo hacen sin hacerse daño ni a sí mismos ni a otras personas. Existen en un porcentaje menor, aquellos usuarios que abusan de su consumo o los que consumen altas cantidades durante muchos años.

Mercados discretos y mercados flagrantes
            Las drogas, a través de intermediarios y minoristas, siempre encuentran la manera de llegar a los consumidores. Las diferentes maneras de hacerlo sirven como indicador para ilustrar en qué medida existe un caos social. El primer caso de distribución local y acceso a los estupefacientes es el denominado mercado discreto; ósea aquel en que la droga se vende en lugares privados y exclusivos, muy confidenciales al público o a la policía. Ni el vendedor ni el comprador tienen muchos incentivos ni necesidad de portar un arma.
            Lo mismo puede decirse del modelo de tráfico de drogas conocido como “entrega de pizza”, donde un comprador llama o envía un correo al vendedor y la mercancía se le entrega en la puerta de su casa. Este método es de uso extendido en ciudades como Nueva York, donde la policía persigue incesantemente el tráfico abierto.
            Muchas drogas, en cambio se venden en el comercio callejero, donde los traficantes están a la vista de todos, dispuestos a venderles a cualquiera, en lugares precisos y conocidos de ventas de drogas, como las “narco casas”. Los traficantes del comercio callejero y de las “narco casas” son blancos potenciales de robo y necesitan andar bien armados. Los clientes de esos mercados “flagrantes” son también un blanco para el robo, y a menudo son adictos, probables perpetradores de robos o asaltos para pagar su adicción.
            Los mercados flagrantes solo aparecen donde hay una densidad suficiente de clientes y donde el orden social se ha roto. Los mercados flagrantes solo aparecen donde hay una densidad suficiente de clientes y donde el orden social se ha roto. Los mercados flagrantes son devastadores para la comunidad circundante. Los mercados discretos no son un problema para la comunidad. Los flagrantes, sí.

Crimen y consumo
            La compleja relación entre el tráfico y la violencia es debatida por académicos y políticos al momento de establecer políticas públicas. La meta siempre es reducir los problemas de salud y de violencia que arroja la producción y el consumo de estupefacientes. Más bien diría que la delincuencia es producida por ambos factores- las drogas y las políticas para combatirlas-. La relación entre estupefacientes y delincuencia tiende a seguir tres caminos: 1. El consumo de drogas induce conductas irracionales; 2. Delinquen quienes necesitan dinero para comprar las sustancias; 3. El negocio de la producción y el tráfico de estupefacientes genera violencia.
            Quienes sostienen que las drogas producen delincuencia aducen la alta proporción de arrestados que dan positivo en el consumo de sustancia ilícitas: dentro de Estados Unidos la cifra va del 49% en Washington, D.C., al 87% en Chicago. Son estadísticas impresionantes pero no demuestran por si mismas que las drogas generan violencia.
            El consumo de drogas es más común y menos apocalíptico de lo que parece, sobre todo en los Estados Unidos. Millones de ciudadanos que viven lícitamente respetando la ley y se desenvolviéndose con normalidad en la sociedad, consumen ocasionalmente algún tipo de droga.  Aun así, comparado con los no fumadores, los que fuman delinquen más. Pero en realidad es solo un pequeño grupo de usuarios de alto consumo es responsable de una parte desproporcionada de la actividad delincuencial que atribuye a los usuarios de drogas en general.
                     El abuso de sustancias (fumar, beber en exceso y abusar de sustancias ilícitas) expresa un bajo nivel de autocontrol. Una persona que usa indebidamente estas sustancias esta también más predispuesta a participar en delitos. Buena parte de los delitos relacionados con el consumo de droga se debe a que los toxicómanos no poseen un ingreso lícito suficiente para mantener su adicción; sobre todo los adictos a la heroína y la cocaína por su alto costo.
            En esta misma línea es difícil prever si la legalización de las drogas ayudaría a disminuir la delincuencia o por el contrario la agudizara. Por un lado, con la legalización las drogas bajarían de precio y los consumidores adictos no incurrirían en delitos para mantener su vicio y el millonario negocio del narcotráfico dejaría de ser redituable y poco a poco su razón de ser dejaría de existir.
Por otro lado, las consecuencias de la legalización pudieran ser poco negociables si se considera el enorme problema de salud que esto representara. El consumo aumentaría, probablemente de manera desmesurada. Los adolescentes y jóvenes fueran el sector de la población más susceptible a caer en adicciones. Muchos consumidores adictos serían incapaces de mantener un empleo lícito y podrían recurrir a los delitos. En suma cabria que esperar que con la legalización los problemas se orientaran más a temas de salud que de violencia; pero aun así ambas situaciones son difíciles de prever.