Un
mundo con siete mil millones de habitantes posee muchas características
culturales. Alguno de ellas son la volatilidad, la diversidad y la
masificación. Ante estas propiedades, el mercado que siempre está ahí para acondicionarse
a las disyuntivas que el medio les presente, responde con la industria cultural
capaz de llevar información y entretenimiento a una humanidad concentrada en
masa.
Una población concentrada en un
determinado territorio comparte información, códigos y convenciones sociales en
común; dando paso a una cultura. Es ahí cuando la industria cultural interviene
en la satisfacción de las necesidades de información y entretenimiento,
proyectándolos a través de canales capaces de llegar a grandes públicos; dando
pie a los medios de comunicación de masas.
Es cuando esos grandes medios logran
ser rutina de la dinámica social, convirtiéndose en fuente referencial para el
actuar y la conciencia de los códigos y
convenciones sociales de una población, cuando se consolidan como una autentica
cultura de masas.
En nuestro periodo histórico,
perteneciente al siglo XXI, la cultura de masas se ha transformada en nuestra
ventana al mundo. Casi ningún ser humano que pertenezca a una comunidad,
prescinde intencionalmente de una televisión, una radio o un periódico. Nuestra
necesidad de aceptación y de integración a un grupo o una comunidad con la cual
podamos compartir información, gustos e ideas, se ve condicionada por nuestra
exposición ante los medios de comunicación de masas.
Si mencionamos que la masa tiene sus
propias características, su cultura debe poseer un carácter reciproco que logre
adecuarse a los receptores que se dirige. La cultura de masas como fenómeno es
genérico y ambiguo. Tan ambiguo es que
de ahí se derivan las dos vertientes de individuos clasificadas por el
semiólogo italiano Umberto Eco, que son: los apocalípticos y los integrados.
La cultura es un hecho aristocrático
que se opone a la vulgaridad de la muchedumbre. Históricamente ha sido reservada
para una clase más ilustrada. Reservada y celosa por la minoría que logra
comprenderla, la cultura ha tenido que ser compartida a clases subalternas. Son
estas disyuntivas las convierten a los grupos de personas en apocalípticos
(aquellos capaces de entender la alta cultura) y los integrados (los que se
conforman por producciones que se adecuen a sus capacidades intelectuales de
interpretación).
El apocalíptico rechaza la cultura
de masas y se eleva por encima de la banalidad media. Sus altos niveles de
apreciación le permiten codificar los contenidos de la alta cultura. Disfruta
de las grandes obras literarias, de la poesía, la música clásica, el arte, el
cine, la filosofía y la política. Se aleja de las frivolidades con ánimo de
entretener de las telenovelas, las series televisivas, programas de
entretenimiento, farándula, cine comercial entre otros. Critica a estas
producciones por considerarlas enajenadoras y acusa a sus consumidores de tener
una visión muy superficial de la realidad.
El apocalíptico legitima su reclamo
bajo el argumento de crear una humanidad más crítica y reflexiva de su entorno
que lo rodea y de la indebida promoción de valores frívolos y poco
intelectuales en la sociedad; y en especial en las nuevas generaciones. Eco
denuncia que el apocalíptico es prejuicioso y discrimina los contenidos de masa
sin darles el derecho de pasar su análisis.
La cultura de masas propone modelos
y referentes a imitar, por lo tanto es formadora de la conciencia social. Sobre
todo de las nuevas generaciones, que ante una disminuida información propia de
su juventud, poseen menor criterio y capacidad de discriminación, decidiendo
optar por su necesidad de imitación.
Según el apocalíptico los promotores
de la cultura, deben tener una mayor responsabilidad civil ante el poder que
ejercen sus contenidos; los cuales deben ser regulados por un marco ético que
dirija sus contenidos hacia ideales nobles
y útiles y no siempre estimulados por el ánimo de lucro. Como dice Marx “si el hombre es formado por las
circunstancias, las circunstancias deben volverse humanas.
El otro bando en cuestión está
formado por los seres integrados antítesis de los apocalípticos. Su mundo nace
con el acceso de las clases subalternas al disfrute de los bienes culturales.
La expansión de la cultura a niveles simplistas y ligera de interpretar, ha
creado el nuevo mundo en el que nos mantenemos inmersos del que nadie escapa a
el; el universo de las comunicaciones de masas.
El apocalíptico encuentra este nuevo
contexto como degradante. Las producciones de la industria cultural son poco artísticas,
enajenadoras y dañinas. Para el la cultura de masas es una anticultura porque
es compartida por todos y producida de modo que se adapte a todos. Ahora ya todos
son parte de la cultura. En los tiempos de hoy el hombre promedio es más
inculto pero se siente más culto. Ahora la televisión culturiza. Los programas
de espectáculos lo tienen informado. El cine de Hollywood le da sentido a su
cosmovisión. La literatura es solo para divertir. El arte se exhibe en los
mercados y tianguis a precio accesible. En la música pondera más el estímulo
que la belleza de la voz o la reflexión de la letra.
La educación del gusto es en base a la
capacidad receptiva media con sublime invitación al consumo de las producciones
masivas. Se difunden normas de una moral oficial a través de los medios
tradicionales como punto de homogenización que permita el control de los
intereses y propósitos de los consumidores. La masa ahora es la protagonista de
la historia.
La demasiada proximidad del integrado le
impide sublevar su nublada conciencia, sumergida dentro de una dinámica
consumidora enajenante, con la cual recolecta el consumo de la información y
códigos necesarios que le permitan adaptarse a su habitad. Ignora la distancia
existente entre su realidad y su consumo. Su condición no le hace justicia a su
cosmovisión.
La cultura de masas es producida por la clase
burgués; la cual sabe adecuarse al gusto de clase consumidora y matizarlo para
ellos y por ellos como instrumento de poder para la perpetuaciòn del control de
sus propios intereses. Tal contradicción de una clase logrando penetrar en el
gusto de la otra para poder darle rumbo a sus cosmovisiones es la gran paradoja
de este fenómeno muy propio de los tiempos capitalistas.
Entre ambas disyuntivas (apocalípticas e
integradas) lo cierto es que se encuentra una cultura que es nuestra cultura.
Ya sea como degeneración cultural o cultura al alcance de todos, la cultura de
masas de la cual no podemos huir tras la condición de un hogar con siete mil
millones de habitantes y contando.